Mariposa mortal
Londres, octubre de 1999
Mojado, el cabello rubio centeno del hombre caía, serpenteando, a lo largo de su espalda. El agua casi hirviente le había dejado una sensación renovada que se extendía hasta cada célula de su cuerpo recién bañado.
Göran Andersson, tal era su nombre, extendió la mano, tomó una toalla que colgaba en su percha y envolvió con ella, cuidadosamente, la mata mojada de su cabello. Con la toalla cubriendo su cabeza como un turbante, salió de la bañera.
Pensó en la dueña de la casa, que trabajaba como agente inmobiliario en la ciudad y rentaba habitaciones a estudiantes, en su casa de Chelsea. Durante los días de semana tenía el aspecto de una correcta dama, vestida con trajes de líneas puras y calzada con zapatos de tacones altos.
Los fines de semana, la mujer mudaba totalmente de aspecto.
Göran no terminaba de hacerse una idea sobre ella. ¿Cuántos años tenía, en realidad?
Los fines de semana parecía una adolescente, con jeans raídos y sus suéteres cortos. A diario, era una perfecta mujer de negocios. A estas alturas, Göran Andersson ya estaba habituado a verla vestida de jeans.
Esta noche, ante su pregunta sobre si podía tomar un baño, ella le había respondido que sí. La respuesta lo había sorprendido, ya que la dueña de casa era, por lo general, ahorrativa hasta la desesperación con el agua caliente.
Muy pronto entendió la razón por la que había accedido. Ella había recibido visitas otra vez. Más temprano, después del almuerzo, un jovenzuelo alto y algo silencioso, proveniente de uno de los suburbios menos elegantes de Londres, se había dejado ver en la casa de Chelsea. Göran Andersson sabía que el joven solía aparecer, de tanto en tanto, por allí, de acuerdo a su propia conveniencia.
Después de la visita de este joven, la dueña de casa quedó de un humor magnífico.
Así que, al pedido de Göran Andersson, había respondido con una voz alegre y zumbona y había encendido la caldera en el piso superior.
Göran Andersson se paró frente al espejo del baño. Se quitó la toalla de la cabeza y peinó con cuidado su largo cabello, escurriéndole el agua. Sus ojos azules estudiaban intensamente la imagen que le devolvía el espejo.
Tenía veintiséis años y estaba próximo a recibirse de médico. Pensaba en la vocación. Siempre la vocación. ¿De dónde provenía esta vocación, en realidad? ¿Era algo que llevaba en sus genes?
Göran Andersson exhaló un suspiro. La tradición médica tenía importante peso en la familia. Por generaciones hubo médicos en ella. Tanto su padre como su abuelo, su tío abuelo y varios de sus primos eran médicos.
Y ahora Göran se encontraba también en camino de quedar atrapado en el universo médico Había tenido la suerte de salir favorecido en el sorteo, entre los aspirantes a ocupar un puesto como practicante en el Brompton Hospital de Londres, en el que se desarrollaba parte de la práctica hospitalaria del sexto cuatrimestre, de la carrera de Medicina.
Y el resultado del sorteo era la causa de que hoy se hallara desnudo frente a un espejo, en el baño de una casa de Chelsea.
“La suerte de los principiantes”, pensó, sintiéndose satisfecho consigo mismo. Se dijo que, considerando cómo había resultado todo al final, no le había ido mal. Nada mal.
Sonrió, mientras se calzaba un par de jeans ajustados sobre la ropa interior Calvin Klein de color negro. Esta noche saldría a pasarlo bien. A pasarlo condenadamente bien.
Se lo había ganado.
Esa misma noche, Göran Andersson conoció a David Hawkins. Fue en el bar del Hotel Astoria donde se vieron por primera vez.
David Hawkins, luego de participar esa tarde de un seminario para médicos destinado a informar sobre fármacos, había recalado en el bar del Hotel, junto con algunos colegas médicos de Escocia. Todos ellos competían por ver quién tenía los peores recuerdos de su época de practicantes.
Göran Andersson, desde la barra, escuchaba con disimulo las historias que se cruzaban en el grupo. Más tarde, no pudo decidir qué opinión le había merecido lo que oía. ¿Eran ciertas tales historias? Algunas de ellas le habían sonado a verdaderas pesadillas.
Tampoco podía caer en la cuenta del modo en que había comenzado a hablar con David Hawkins. Ya no recordaba quién de los dos, si él mismo o David Hawkins, había dado el primer paso. Independientemente de quién había pronunciado las frases iniciales, habían seguido conversando hasta pasadas las primeras horas de la madrugada, acerca de los estudios de la carrera de Medicina de Göran Andersson, y de la vida errante que llevaba David Hawkins, como conferencista.
Cuando se encendieron las luces en el bar y ya no quedaban parroquianos, Göran Andersson experimentó una peculiar sensación en las entrañas.
Le parecía haber encontrado algo fundamental, decisivo. Se sentía como si, luego de varios años de búsqueda, hubiera hallado su lugar. Su lugar, finalmente.
Después, el Hotel Astoria se convertiría en el punto de citas de Göran Andersson y de David Hawkins, en Londres. Era en el bar de ese hotel donde se quedaban bebiendo cerveza y conversando. Y en este hotel pasarían muchas noches juntos.
Y también aquí, en el bar del Hotel Astoria, algo más de dos años después, David Hawkins le diría a Göran que Brenda, su esposa, se negaba a concederle el divorcio.